martes, 10 de mayo de 2011

Uñas y carne.

Sentado, con viento y abrigado.
Así me encontraba cuando divisé en el océano una embarcación que me parecía familiar. Emitía un ruido casi imperceptible, pero por alguna razón lo podía escuchar claramente, tenia un ritmo salvaje.
Furioso, recorrí los prados caóticos de mi alma, en busca de lo impuntual, con la mirada perdida y centavos miserables de pensamientos diáfanos que se divulgaban en historietas anticuadas, con letra mayúscula, era imposible expresar tal condición. Porque la amargura fresca estaba presente en aquellos ojos de muchacho que no veían sentido en cada paso flotante.
Así es como me marché de ahí.
Corriendo a 3o metros por segundo.
Porque los instantes perdidos cobran valor al amanecer, en la llovizna temblorosa de los labios de mujer recién humedecidos por un sorbo de sexo. 

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