viernes, 2 de diciembre de 2011

Consejos de una jirafa.


-Quiero ir a la playa, vamos a ver como se esconde el sol, quiero sentirte a mi lado.
-Vamos, llevemos un manto. Dormiremos ahí, entre las rocas., contemplaremos las estrellas con el ferviente chocar de las olas, con el peligro amenazante de la vida.
- A eso me refiero, cuando digo que te quiero.
Ambos avanzaron entre el desértico paisaje, con la compañía de un sol abrazador de un naranja intenso. El silencio protagonizaba los susurros de emociones muertas, como los discursos de escritores que defraudaban al mar, como la vulgar candidatura de un presidente lejano, casi dinosaurio, casi tiranosaurio Rex.
Las personas reales que hace instantes habían decorado la escena cotidiana de reflexiones mentales, deambulaban ofreciendo un rostro muy aburrido.
Ahora compartían una cerveza para aligerar el calor del mediodía.
-Otro día más para alejarse de la ciudad, para pensar sobre ella, cuestionémonos: ¿a dónde pertenecemos?
-Que aburrido permanecer a algo, a nosotros no nos quiere nadie, ya deberías saberlo. Concéntrate.
-Si sé, sólo quiero, a veces… Titubeaba. Prosiguió con decisión, - Tener un hogar, ya sabes un techo que siempre te espere.
-No puedo soportarlo. Allá atrás, personas reales eyaculan con sentimientos ajenos, diciendo que son sensibles, incluso diciendo que son hombres. El morbo es natural, lo sé, pero esa gente toca algo y deja todo muerto con su soberbia. Pero ellos, sabes, tienen un hogar a donde llegar todas las noches, ellos tienen un acuerdo histórico y aceptan su mierda y viven con una sonrisa de oreja a oreja. Nosotros no, jamás nos esperará una cama, pero lo cierto es que nuestra filosofía es un hogar con más años, nuestro hogar nació con el universo, no nació con el invento banal de la moneda, como en la época antigua. Nuestro hogar no lo derribará la guerra que se aproxima. Nos tenemos a nosotros mismos.
-Te entiendo. 
Alguna de las rocas murmuraba la percusión de animales, de sus carcasas, el ritmo perfecto y suave de sus cuernos. Ella, sin embargo pensaba en jirafas, y asentía al ver como él se elevaba bailando, era una música hogareña, eran animales. Ella al cabo de unos segundos comprendía la relación entre la música y las jirafas. Lo absurdo cobraba más sentido que el congreso internacional de la haya. Una sucesión de tambores, huesos humanos que crujen sofisticadamente proseguían un interludio amenazante.
La brisa marina los despertó desnudos, bañados por la incertidumbre de un amanecer que relataba micro-cuentos expectantes. Cada uno apostaba por un final más exótico que el otro en un afán competitivo enloquecedor, mientras lanzaban ramitas secas a la fogata interminable. Ese fuego que prometía existencia, existencia pura, como un sueño profundo de infancia, de aquellos que se recuerdan para toda la vida. 

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